Infancia y nutrición

Infancia y nutrición: pautas para el manejo del hambre emocional

En la infancia, es vital enseñar a los chicos a registrar señales internas de hambre y saciedad para construir una relación saludable con la comida. Dormir bien, moverse y disfrutar la mesa familiar son hábitos que nutren tanto como el plato. El entorno emocional y las rutinas impactan en el apetito y en las elecciones alimentarias.

Profesionales Expertos en Nutrición Infantil (Profeni) sugieren priorizar alimentos que aporten saciedad sin exceso calórico. Como carnes magras, frutas y verduras, frutos secos y lácteos. Destacando el rol del yogur por su combinación de salubridad, aporte de bacterias vivas, textura y sabor.

La infancia entre los 5 y los 12 años es una etapa clave para establecer hábitos que acompañarán a los niños durante toda la vida. En estos años, comienzan a desarrollar mayor autonomía, forman preferencias alimentarias más definidas. Y enfrentan nuevas situaciones escolares, sociales y emocionales. En este contexto, acompañar su alimentación representa enseñar a reconocer señales internas. Así como integrar rutinas saludables y ofrecer alimentos que los nutran y los satisfagan, tanto física como emocionalmente.

“La saciedad -esa sensación de haber comido lo suficiente- es un proceso complejo. Se  regula por mecanismos fisiológicos, como las hormonas del apetito. Pero también por factores emocionales, sociales y ambientales. Cuando un niño duerme mal, está más irritable, menos conectado con sus señales internas y más propenso a comer por ansiedad o aburrimiento”. Así lo explicó Sandra Blasi, jefa del Área de Alimentación del Hospital Garrahan.

La falta de descanso en la infancia impacta directamente sobre la alimentación. Numerosos estudios muestran que el déficit de sueño reduce los niveles de leptina -una hormona relacionada con la saciedad- e incrementa la grelina, que estimula el apetito.

“Sostener rutinas estables de sueño es casi tan importante como ofrecer un plato saludable. Por otro lado, el juego ayuda a descargar energía, estimula el apetito real y favorece el descanso nocturno. Un niño descansado está más predispuesto a disfrutar los alimentos, a probar nuevos sabores y a detenerse cuando ya no tiene hambre”. Así lo remarcó Ana María Tamagnone, de la Sociedad Argentina de Pediatría.

En este contexto, ciertos alimentos pueden contribuir a alcanzar saciedad sin exceso calórico. El yogur es uno de ellos; su textura y sabor lo convierten en una opción práctica, saludable y saciante. Es un alimento completo, fuente de proteínas, calcio, vitaminas, bacterias vivas y, en algunos casos, probióticos. Puede combinarse con frutas, cereales integrales, semillas o frutos secos, además de formar parte de preparaciones de ensaladas o salsas.

Existen estudios que muestran que los niños que consumen habitualmente lácteos como el yogur son más propensos a llevar un  estilo de vida saludable con más actividad física y menos pantallas.  Otro aspecto fundamental para la alimentación de los niños es el entorno en que comen. Si hay distracciones, apuro o tensión, los chicos tienen más riesgo de comer sin registro.

“La angustia y otros sentimientos negativos incrementan el ‘hambre emocional’, lo que puede contribuir a hábitos poco saludables. Factores como el uso de redes sociales, inseguridad alimentaria y falta de comidas compartidas en  familia refuerzan esta relación. En cambio, las estrategias que combinan educación nutricional con regulación emocional muestran beneficios prometedores. Involucrar a los niños en la elección de los alimentos y en su preparación fortalece su vínculo con la comida, les da autonomía y promueve elecciones más conscientes”. Así lo sostuvo Ingrid Gerold, médica pediatra del Grupo Médico Lomas de San Isidro.

Los principios de una dieta equilibrada en la infancia, la importancia de los distintos nutrientes y cómo leer e interpretar las etiquetas de los alimentos debería formar parte de los contenidos que se enseñan en la escuela. La alfabetización alimentaria, que es la capacidad de comprender y aplicar información nutricional, permite tomar decisiones informadas. Es un primer paso esencial hacia hábitos alimentarios saludables. Y se vincula con consecuencias vinculadas a la salud en la adolescencia, como adherencia a tratamientos médicos, salud mental y obesidad.

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