
El estrés de fin de año es la tormenta perfecta que pone en jaque al corazón
La sobrecarga laboral, la acumulación de tareas, el impacto emocional de las fiestas y la tendencia a consumir más alcohol y comer pesado componen un combo peligroso. Las consultas crecen en esta época y aumenta el riesgo de eventos cardiovasculares graves. El estrés de fin de año presenta síntomas a los que hay que prestar atención para prevenirlo.
Cada año se repite la misma sensación: llega diciembre y parece que el tiempo se acelera. Las cuentas pendientes se acumulan, las tareas se encadenan una tras otra, los balances se tornan inevitables y crecen las exigencias emocionales. El estrés de fin de año es una mezcla de cansancio, ansiedad y presión potencialmente peligrosa. Y aunque muchos tiendan a minimizarlo o normalizarlo, sus consecuencias pueden impactar en la salud. En especial, en el corazón.
Por su parte, en la Argentina no hay un registro oficial, pero la tendencia se observa con claridad en estudios clínicos, consultas médicas y encuestas laborales a nivel internacional. “En la práctica clínica, las consultas por síntomas vinculados al estrés aumentan en el tramo de fin de año. Se observan con más frecuencia insomnio o sueño no reparador, palpitaciones, cefaleas tensionales, aumento de la presión arterial, sensación de agotamiento extremo. Muchos pacientes no consultan por un evento aislado, sino por la acumulación de meses de sobrecarga laboral, demandas familiares y objetivos no cumplidos”. Así lo explicó Juan Pablo Costabel, jefe de la Unidad Coronaria e Internación de ICBA Instituto Cardiovascular.
Aunque la palabra tenga mala prensa, el estrés no es un enemigo en sí mismo. El experto aclara que, en pequeñas dosis, es una respuesta natural del cuerpo cuando tiene que afrontar un desafío. El corazón late más rápido, aumenta la presión arterial y el organismo libera hormonas como la adrenalina y el cortisol para prepararnos para la acción. El problema aparece cuando ese estado de alerta se vuelve constante.
“En estas últimas semanas del año, el cuerpo muchas veces no logra ‘bajar la guardia’. Las exigencias laborales, las preocupaciones económicas, los compromisos familiares y sociales, e incluso los cambios en la alimentación o el descanso contribuyen a mantener un nivel sostenido de estrés. En ese contexto, el sistema cardiovascular trabaja más de lo necesario”.
El exceso de cortisol y adrenalina puede provocar aumento de la presión arterial, taquicardia, alteraciones del ritmo cardíaco. Y favorecer procesos inflamatorios y de acumulación de colesterol en las arterias. Si esto se prolonga en el tiempo, eleva el riesgo de hipertensión, arritmias, angina de pecho y otras enfermedades cardiovasculares.
Los cuidados son comunes a todos, aunque hay quienes deben estar más atentos a los efectos negativos de este tipo de cuadros. “Los grupos de mayor riesgo incluyen personas con hipertensión, diabetes o colesterol elevado, con antecedentes de enfermedad coronaria o ACV, obesidad o sedentarismo marcado. En ellos, los picos de estrés pueden actuar como un desencadenante de eventos cardiovasculares o descompensaciones”.
Cuando el cansancio se convierte en un estado de agotamiento prolongado se produce un cuadro conocido como síndrome de burnout o “síndrome del trabajador quemado”. Más allá de lo que indica el término, sus consecuencias trascienden el ámbito laboral. Afecta el sueño, la alimentación, las relaciones personales y, por supuesto, la salud del corazón.
Como guía, en general combina tres componentes principales. Agotamiento físico y emocional, falta de energía, dificultad para concentrarse, cansancio permanente. También despersonalización o desconexión, sensación de distancia emocional o irritabilidad. Y pérdida de motivación o eficacia (sensación de no poder cumplir con las expectativas, frustración, apatía.
“Desde el punto de vista cardiovascular, el burnout puede generar una tormenta perfecta. El cuerpo permanece en un estado de alerta crónico, con aumento del tono simpático, presión arterial elevada, mayor frecuencia cardíaca y cambios metabólicos que favorecen el aumento de peso y del colesterol. Todos estos factores incrementan significativamente el riesgo de enfermedad coronaria”.



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